Tania Pastrana
Nacida en la Mixteca Oaxaqueña, su trabajo dirigido al ámbito documental se ha mostrado en 7 exposiciones individuales y 20 colectivas.
Su fotografía ofrece una mirada documental de aspectos regionales y la naturaleza artística del folclore e identidad oaxaqueña; mujeres, hombres y enceres retratados en su elemento, sea este el campo, el granero o la festividad.
Los acertijos de la íntima belleza
La fotografía es transgresora del tiempo. También es testimonio y provocación; verdad y mentira. Aliada de la memoria, de la historia. Protagonista del arte y evidencia cotidiana del transcurrir efímero del que pone los pies sobre la tierra. Tania Pastrana sabe bien de las concepciones implicadas en el intrincado mundo de la imagen y que la verdadera experiencia es aquella que se vive con los ojos bien abiertos, tal como reza el epitafio de Man Ray en el cementerio del Montparnase: “Despreocupado pero no indiferente”. Es
decir, hay que ser profesional y lúdico a la vez para lograr tanto la sensibilidad necesaria como lo que bien puede llamarse la creación de lo diferente, aunque se utilicen los mismos recursos, herramientas o técnicas.
Pastrana conoce las amplísimas perspectivas de la fotografía y el compromiso de saber dilucidar bien entre alcances y objetivos en virtud de un proyecto artístico. Si a cierta altura no hay capacidad de generar un proyecto entonces se está persiguiendo al viento y no queda más que esperar chispazos esporádicos de lucidez. En cambio, cuando la experiencia se ha alimentado de un arrojo propositivo, de una creatividad calibrada, entonces puede avizorarse la gracia estética, sus bordes y las obsesiones que engendra. Por eso el artista cambia con el tiempo, aunque algunos mantienen –con sutil elegancia– su carisma propio de por vida. Es un reto laborioso, enigmático (como lo era encerrarse en el cuarto oscuro –ese anfiteatro de las imágenes– e ir provocando las apariciones) y excitante. ¿Qué fuera del arte sin estas cualidades sensitivas? Lo que nos provoca nos atrae, lo que nos atrae, cuando hay cause, nos trasciende. La fotografía puede tener una amplia gama de justificaciones y proezas. Aunque en estos contextos hay que cuidar siempre de no caer en los tópicos más recurridos.
Sin duda la fotografía de Pastrana ha sido influenciada por el ente activo de la cultura. Ser oriundo de Oaxaca es un compromiso cuando se ha elegido el arte como buque insignia. Sus trabajos anteriores han ofrecido una mirada documental de aspectos regionales y la naturaleza artística de nuestro folclore e identidad. Mujeres, hombres y enceres retratados en su elemento, sea este el campo, el granero o la festividad –ese “gasto ritual” que nadie elude sino que nos contrae como una fuerza regeneradora. Aquí estriba el encanto de los viejos pueblos sureños más allá de su carencia centenaria que también es herida y espina. Y es aquí que se cumple la sentencia de Cartier Bresson: “Solo tienes que vivir, y la vida te dará fotografías”. En la serie más reciente de la fotógrafa originaria de la mixteca oaxaqueña pueden percibirse los motivos que la llevaron a encarar su nuevo proyecto. Detrás de la fina estructura de la imagen hay voces, nombres, pueblos, símbolos, naturalezas muertas pero vivas más que nunca.
Existe todo un montaje que se arma en la intimidad del silencio para construir una idea. El elemento trasmisor es una vaina, un nopal, una mazorca o una semilla. El objeto retratado contiene una historia de múltiples lecturas que antes entra en el complejo juego de la escena donde aparecerán giros perfectamente calculados de trucos escenográficos y luego desembocará en una impecable técnica de impresión fotográfica o artística que incluye las impresiones en papel de algodón.
Observemos la fotografía “Espina de maguey”. ¿A qué se asemeja? A un pezón femenino. Es cierto que no hay un erotismo deliberado, sin embargo, la asociación psicológica se da por defecto en la mayoría de las veces. En todo caso la retroalimentación visual es inesperada porque depende de la apropiación subjetiva del observador. Otras de las imágenes corresponde a una mazorca cuyos maíces relucientes parecen dientes de plata, una sutil metáfora de la diosa mexica del maíz, Centéotl, también patrona de la ebriedad y de cuyas secretas y fermentadas entrañas proviene la chicha. En esta serie también hay una penca de nopal o “hoja gruesa” que exhibe a esplendor un ámbito simbólico. Se aprecia su carnosa simetría y una defensa espinosa que hace pensar en una planta guerrera. Además de ser un alimento milenario posee un fuerza gráfica que incluso está representado en la bandera mexicana.
Estos ejemplos encajan en la descripción del autor Mauricio Molina que advertía del doble juego de la fotografía: mostrar y ocultar. Decía que “el objeto real, paradójicamente, al ser capturado por el fotógrafo, deviene metáfora y símbolo”. Por un lado está el objeto en sí, ahí, retratado, por el otro “nos presenta a su doble convertido en signo”. Ese doble está implicado en el propósito ampliado de Pastrana que utiliza la estética como un dinámico vehículo para ponerlo en evidencia. ¿Qué descubrimos? Profundos signos de identificación. Es la alegría del oficio –diría ella– que homenajea lo autóctono y lo convierte en documento social, en memoria de virtudes atemporales (en México siempre seremos hijos del maíz). Tania nos hace ver que imperceptiblemente estamos rodeados no solo de objetos de orden cotidiano –metáforas dormidas– sino de posibilidades de purificar nuestra conciencia de lo que significa vivir en este mundo. Estas imágenes son los acertijos de una íntima belleza de las cosas que ahora ella viene a contar.
Edgar Saavedra/Periodista cultural